NO FUERAN TUS PINCHES NOVIAS
Llegué a la estación Observatorio y salí a tomar el camión o microbús que llegará primero. Con un catarro encima, uno quiere llegar a casa lo más rápido posible y pues ni modo de pedir Uber todos los días, vea. Me formé, me agarré del tubo, puse mi pie en los primeros escalones y me senté. «Súbase, agárrase y cállese», decía la calcomanía con un pato Lucas golpeándose así mismo. Fui el último en sentarse en los asientos. Pude observar la flora y fauna exclusiva del ecosistema mexicano.
Cuando arrancó la quimera metálica, víctima de la pose, se subió una señora. Parecía la hija de Nelson Ned con Irma Serrano. Se subió y se empotró en la cabina de metal, esa cabina que tiene un trapo con unos cuantos pesos y tostones desparramados. Entonces ella dijo que si se podía ir allí. El chofer la observó y le dijo: «no puede estar ahí, seño, se va a caer». Ella le respondió: «no seas mala onda, chiquito, déjame ir aquí, tengo prisa»…
––No puede irse ahí, señora.
––Ándale, no seas mala onda.
De repente se puso dura la cosa. Era un milagro, porque tres chavas dejaron su «smartphone» en ese momento.
––No se puede ir ahí señora ––dijo el chofer–– no puedo ver; necesito espejear.
––Pues estírate, papacito.
Ruuuuuun, Run, hasta se quejaba el pesero por la ñora.
Le pesaban los pies al chofer, y cuando más le pisaba, el despachador se acercó. Dijo: «cámara, güey, ya vete».
––Dile a la señora que se baje ––espetó el microbusero.
Entonces cuando el despachador también le dijo y todos teníamos la mirada sobre la ruca, ella gritó: «no fueran tus pinches novias porque hasta subes de a dos».
Dentro de la nave, cinco yacían dormidos, tres se pusieron sus audífonos, cuatro observaron su reloj de mano, dos se morían de la risa y uno que otro estaba molesto: nadie dijo nada. Cuando por fin bostezó la máquina y el chofer había limpiado el sudor de su frente con su camisa, se oyó a lo lejos: «Pendejo, no fueran tus pinches novias que te enseñan las chichis y las nalgas porque sí las subes verdad»: la cuenta ahora son ocho con risa loca y ocho encabronados.
Éramos un chingo. Avanzamos 50 metros con el despachador encima de nosotros. La carga era pesada. El barco no podía romper los topes. Ibamos a nuestros hogares por fin…
––Ya ves, güey, hubieras subido a la Irma Serrano, mamón.
––No, güey, la bajé. Estaba celosa y pues uno se tiene que dar a desear, verdá.
Us and Them 